Anoche insomne me preguntaba cómo pasa el tiempo dentro de una lata de sardinas, sí le hice peyas a la promesa y volví a invocar al espíritu de Marley, debilidades que tengo. Desde luego, el tiempo pasa más despacio que fuera, pues algunas no caducan hasta el año 2008 o 2009. Una condena. Sin embargo, en el momento de abrirlas entra el tiempo dentro de la lata y si no te la comes toda, a los dos días te asomas a su contenido y da asco, aunque la hubieras guardado en la nevera. Una lata de sardinas cerrada es un tesoro temporal, efímero. Estamos acostumbrados a verlas apuiladas en el supermercado y no les damos ningún valor, pero prueba a sostener una en tus manos sin abrir, y verá cómo te llega algo de su misterio. Y quien dice de sardinas dice de almejas chilenas o de mejillones, el contenido no importa.
Este verano me encontré a una amigo a la que no veía desde años y estaba prácticamente igual.
—¿Has hecho un pacto con el diablo? —
Y no, parece que el diablo ya no pacta, eso era en la antigüedad. Había estado encerrada en su casa escribiendo una tesis sobre la relación existente entre la atnropofagia de las lombrices hembra y la falta de apetito secual del calamar, todo un misterio, según ella. El encierro le había sentado bien. Aunque pálida como un berberecho, mantenía las constantes vitales de hacía más de 5 años. Los libros tienen algo de lata de sardinas. Un fin de semana me enfrasqué en una novela (obviaré el título porque era pésima) y al salir de ella el lunes siguiente volvía a ser viernes. Hagamos la prueba, sostengamos un libro entre las manos y dejémonos traspasar por su misterio, aun sin leerl... ¿fuciona?. Lo malo es que cuando una sardina sale de la lata o yo del libro entra el tiempo y en dos días se queda putrefacto como un trozo de carne a la intemperie. Entonces.... ¿ me enlato o leo sin parar?. Lo lógico sería lo segundo, pero ¿a quién le gusta una vida lógica?.

Buffff... mucho tiempo sin pasar por aquí, hasta el reloj se ha retrasado. Lo mejor es que empiece quitando un poco el polvo.